Desde el campo de la psicología social se ha estudiado en muchas ocasiones cómo influye el comportamiento del grupo en la toma de decisiones individuales, y las dificultades que enfrentan aquellos individuos que cuestionan tales dinámicas y manifiestan una opinión diferente a la del grupo. Algunos experimentos, como el desarrollado en 1971 por el psicólogo Philip Zimbardo y su equipo, conocido como el Experimento Standford, analizaron la influencia del ambiente externo en el comportamiento individual de las personas. En otro conocido antecedente, el Experimento de Asch, se logró evidenciar cómo la presión del grupo llevaba a los participantes a dejarse arrastrar por la opinión mayoritaria, aunque esta fuera errónea.
Este efecto del contagio social también impacta en Compliance, pues lo que hacen las personas de la propia organización, como los terceros con los que se vincula, acabarán condicionando positiva o negativamente el comportamiento del resto.
Por eso, es esencial que tanto la organización como la función de Compliance actúen proactivamente, evitando que conductas contrarias a los valores de la organización persistan y se generalicen.
Quién forma parte de la organización se convierte en un factor clave no solo para generar una cultura de Compliance positiva y alineada con los valores de la organización, sino también para evitar que se generalicen posturas inaceptables. Para ello, una herramienta de una vital importancia es la existencia y aplicación de los procedimientos de diligencia debida interna, tanto en la selección de las personas clave que se incorporen a la organización, como a la hora de decidir promociones a puestos de responsabilidad.
En el siguiente vídeo de esta serie sobre el Compliance y el comportamiento humano abordo algunos aspectos relevantes a tener en cuenta en estas políticas tan relevantes para consolidar la cultura de la organización.
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