Aunque la opinión pública asocia las irregulariades de compliance con aquellas organizaciones donde ocurren, sus protagonistas son siempre personas físicas. Por ello, atendiendo a la conocida teoría de las tres líneas, toda acción de compliance debe considerar la gestión operativa (primera línea), sabiendo que es allí donde afloran o se agravan los incidentes. Compliance brindará soporte (segunda línea) para evitarlos, detectarlos o mitigar sus consecuencias, poniendo remedio para que no se reproduzcan. Auditoría interna (tercera línea) se ocupará de asegurar que el entramado de políticas, procedimientos y demás medidas organizativas operen eficazmente. Sentado este marco general, veamos cómo compliance desarrolla sus cometidos sin generar dependencias innecesarias e incluso nocivas.
Compliance presta soporte a la primera línea, pero no la sustituye. Por eso, los conocimientos necesarios para una gestión operativa exenta de irregularidades residirán siempre en esa primera línea, incluyendo la comprensión de los valores de la organización para gestionar los dilemas éticos del día a dia.
Cualquier persona en una organización debería afrontar naturalmente cuestiones ordinarias de compliance, evitando lo que los sociólogos Bradley Campbell y Jason Manning calificaron como “dependencia moral”: la necesidad de consultar decisiones morales para descargarse del trabajo intelectual y de la responsabilidad que implica. Cuando compliance desarrolla labores de segunda línea, brinda a la primera los conocimientos y el soporte necesario para alcanzar conclusiones correctas, evitando una dependencia perniciosa. Aunque aparenta una postura cómoda, es el modo de hacer crecer profesionalmente a los individuos y arraigar una cultura corporativa por convicción y no por imposición. Se equivocan quienes ven en compliance una función que sustituye el juicio de las personas, debiendo impulsar lo contrario y apuntalar el principio de rendición de cuentas. En la vida, todos somos responsables de nuestras acciones y omisiones, disponiendo de capacidad intelectual para hacer siempre lo correcto.
Cada vez más personas no se desenvuelven en un entorno físicamente acotado, debido a la internacionalización de las actividades y la generalización de soluciones de teletrabajo. Es un entorno propenso a la dispersión del conocimiento, donde la alternativa fácil es consultar cualquier duda a compliance, por mínimia que sea. Es claro que esta opción no puede generalizarse sin saturar a la función, atribuyéndole de facto cometidos de primera línea.
El uso racional de los medios telemáticos debería incremenar los conocimientos de todos para evitar colapsos en la función de compliance. Lamentablemente, se observa que la efectividad de las formaciones on-line es limitada, seguramente por su dificultad para provocar experiencias emocionales en sus destinatarios. El célebre profesor en neurociencias Joseph E. LeDoux se refiere a la llamada “memoria de destello”, donde el conocimiento se consolida asociándolo a contenidos emocionales. Pero, incluso en esos casos, también advierte que los recuerdos se distorsionan y que es necesario recordarlos periódicamente. Esta labor seguirá precisando la involucración personal de compliance, mientras los recursos tecnológicos no impacten emocionalmente ni eviten la degradación de recuerdos.
En cualquier caso y por muy elaboradas que sean las actividades de formación y toma de conciencia, seguirán produciéndose situaciones delicadas capaces de generar consecuencias muy adversas para las organizaciones. Ante incidentes potencialmente dañinos suelen articularse gabinetes de crisis, que es la materia que trato en el vídeo número 34 de la Serie dedicada a “Reflexiones sobre Compliance”.
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