El pasado 5 de noviembre se produjeron las elecciones norteamericanas y el resultado fue, como es conocido, la clara victoria del candidato Trump que, si nada imprevisto ocurre, volverá a ser presidente de los Estados Unidos el próximo mes de enero.
El resultado electoral fue celebrado por alzas considerables en las bolsas norteamericanas que, de forma muy llamativa, favorecieron especialmente a los bancos estadounidenses.
El motivo es claro. Existe una fuerte expectativa de que la victoria republicana conducirá a un cambio relevante de la agenda regulatoria norteamericana, lo que podría afectar, incluso, a una normativa en curso de transposición de tanta importancia como son los acuerdos finales de Basilea III.
A día de hoy es imposible conocer cuál será el alcance de las decisiones que puedan adoptarse, y no puede ignorarse que, al margen de la voluntad presidencial, las agencias independientes y, sobre todo, la Reserva Federal, tienen una gran importancia en el proceso de aprobación de esas normas, pero todo parece indicar que, aunque finalmente puedan ver la luz, podrían hacerlo tras sufrir un retraso considerable respecto del calendario inicialmente previsto y no sin modificaciones relevantes. Esto genera el problema de la fragmentación de una regulación que ha resultado fundamental para el fortalecimiento de las entidades globales en la última década.
Puesto que esa regulación ha sido también sometida a crítica a este lado del Atlántico, no puede descartarse que el debate pueda plantearse también entre nosotros, a pesar de la fuerte posición adoptada por la Comisión Europea y los supervisores tanto respecto del calendario de tramitación, aprobación e implementación como en cuanto al propio contenido de las normas.
Los informes Letta y Draghi, al poner el crecimiento económico, la competitividad de la economía europea y el fomento de la innovación en el centro de la agenda política en nuestro continente pueden también, de algún modo, haber contribuido a fortalecer ese debate sobre los efectos de la regulación prudencial, así que tendremos que estar muy atentos a cómo se desarrolla aquél en los próximos meses.
También en materia de innovación soplan vientos de cambio en los Estados Unidos puesto que, frente a la postura prudente de la Administración saliente y los supervisores financieros respecto del uso de las nuevas tecnologías (en particular la inteligencia artificial generativa) y la economía crypto, el futuro presidente y su equipo han puesto el foco precisamente en la desregulación en este ámbito para alentar una más rápida innovación lo que, de nuevo, tendrá repercusiones en la Unión Europea, algunas de cuyas más recientes piezas legislativas (MICA, DORA o la legislación sobre inteligencia artificial) han ido exactamente en la dirección contraria.
Todo parece anticipar que el inicio de la legislatura norteamericana y los primeros pasos de la Comisión Europea pueden conllevar una reflexión crítica sobre la regulación aprobada y sus efectos sobre el crecimiento económico, la competitividad y la innovación de la economía en general y del sector financiero en particular. Hasta dónde sea posible llegar en una y otra geografía está todavía por ver, pero, sin duda, las cuestiones a debate podrían ser sorprendentemente coincidentes.
Otros ámbitos de la regulación pueden encontrarse también sometidos a renovado escrutinio como la normativa norteamericana sobre resolución bancaria y, en particular, la configuración y las potestades de una institución tan relevante como la FDIC, con la vista puesta en las experiencias derivadas de las crisis bancarias de marzo de 2023. Entre nosotros, la normativa sobre resolución bancaria se encuentra también en trance de renovación, con importantes propuestas de la Comisión Europea pendientes aún de aprobación.
No toda la agenda legislativa será coincidente. Europa tiene deberes pendientes que nada tienen que ver con la situación de los Estados Unidos, como completar la unión bancaria o la unión del mercado de capitales, lo que, al superar la fragmentación de los mercados financieros europeos nos pondría en una posición ciertamente más fuerte a la hora de competir globalmente, favoreciendo la aparición de grandes entidades europeas.
Aunque desde Europa se tienda a mirar al otro lado del Atlántico con enorme desconfianza, es posible que el resultado electoral norteamericano nos obligue, de una vez por todas, a dejar de posponer las decisiones que hace mucho debimos adoptar, y construir el mercado interior de servicios financieros que necesitamos desde hace ya demasiado tiempo.
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