España y la descarbonización de la economía: ¿qué nos está frenando?

Los retos son ambiciosos y los plazos, cada vez más ajustados. Y es que los planes para cumplir con el Acuerdo de París, descarbonizar la economía y alcanzar los objetivos marcados para 2030 y 2050 se enfrentan a desafiantes barreras: redes inadecuadas, sistemas de almacenamiento de energía y flexibilidad insuficientes además de retrasos por la exigencia de permisos nada ágiles. El cauto pesimismo de los resultados de la COP 29 y la creciente disrupción geopolítica con el añadido de la toma de posesión del nuevo presidente en Estados Unidos y el papel que jugará éste en la guerra de Ucrania y en los acuerdos de cambio climático, entre otros asuntos, y la , no deben distraer la atención de la necesidad de enfrentar el cambio climático.

Los objetivos son claros, tanto a nivel de Unión Europea como a nivel nacional con los Planes Nacionales Integrados de Energía y Clima. Sin embargo, alcanzarlos solo será posible si se aceleran y se formalizan de forma holística los diseños regulatorios necesarios en nuevos servicios de capacidad y flexibilidad para mantener la cobertura de la demanda de electricidad con la seguridad adecuada, en los modelos retributivos de transporte y distribución de gas y electricidad para alinearlos con las inversiones a realizar en estas redes, en almacenamiento e hidrógeno verde, en la adaptación de los mercados de electricidad que no están pensados para la transición energética prevista.

Pero no solo eso. También se precisa que se desarrollen los sistemas de almacenamiento, se adecúan las redes de transporte y distribución, se fomente la electrificación de la demanda energética, los gases renovables, el hidrógeno y los biocombustibles, se desarrolle una planificación energética integrada y más dinámica, se agilicen los procesos de permisos y autorizaciones por parte de la Administración y se trabaje en las mejoras de la aceptación social de los proyectos por los ciudadanos.

Progresamos adecuadamente, pero ¿a qué ritmo?

La energía eólica y solar, y las tecnologías de apoyo, al igual que el propio almacenamiento de energía, han progresado mucho en la última década. Han mejorado su rendimiento, han aumentado la producción y, lo más crítico, han reducido sus costes más allá de lo que muchos creían posible. Pero, a pesar del progreso notable en energías renovables en la última década, la industria está por el momento lejos de contar con la escala necesaria para abastecer el 77% del mundo con energías renovables para 2050.

Hoy, alrededor del 60% de la electricidad global se genera a partir de combustibles fósiles, una cantidad que, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), deberá reducirse en un 30% para 2030 si queremos que el mundo alcance las cero emisiones netas. En este sentido, es necesario un gran impulso al almacenamiento y a las tecnologías energéticas renovables apoyados por los servicios de flexibilidad de la generación de energía eléctrica para cuando no haya renovables suficientes, que, unido a las nuevas reglas de mercado, serán fundamentales para cumplir con los ambiciosos objetivos de renovables.

Sin embargo, el ritmo de crecimiento del almacenamiento de energía parece no coincidir con el aumento previsto de las renovables, como señala la AIE, al afirmar que el almacenamiento de baterías a escala de red deberá multiplicarse por 35 para 2030 para poder alcanzar las cero emisiones netas en 2050.

Impulso a las energías de apoyo y a las redes: condición necesaria para avanzar

Esta evolución debe tener presente las recomendaciones emitidas en el informe Draghi que pone el foco en la descarbonización y la competitividad como fuente de crecimiento y que reclama un plan coordinado que incluya a las industrias productoras y consumidoras de energía para evitar que la descarbonización afecte negativamente a la competitividad y al crecimiento.

No te quedes atrás en la transición energética

Así, la transformación de la matriz energética hacia la descarbonización de la economía va a requerir cuantiosas inversiones para el desarrollo de vectores y tecnologías no emisoras, algunas ya maduras como la solar y la eólica, y otras que necesitan evolucionar como el hidrógeno verde. También las inversiones en redes para su digitalización y adaptación a los nuevos servicios que imponen un rol más activo de la demanda y la flexibilidad. Todo ello solo será posible si se instrumentan también los mecanismos adecuados para la financiación y el acceso al capital. Hay que tener en cuenta que en el pasado la intensidad de capital se beneficiaba de los bajos tipos de interés, que mantenían el coste del capital relativamente bajo, pero en los últimos años el entorno inflacionista ha elevado significativamente el coste del capital.

Además de la escasez de inversiones, las redes poco flexibles, los vertidos, el prolijo proceso de autorizaciones, los suministros y la escasez de materiales críticos, el impacto de las nuevas tecnologías en la biodiversidad, la aceptación social de los proyectos, la necesidad de facilitar inversiones en los países emergentes para facilitar su propia transición energética y la reducida liquidez en el mercado a plazo son otras de las barreras a las que hay que hacer frente.  Todas ellas, así como sus posibles soluciones, afectan a España y al entorno geográfico y económico en el que se integra, la Unión Europea. Por todo ello, es importante conocer cuáles son los escollos que están frenando este avance, para, juntos, encontrar la manera de enfrentarlos y de vencerlos.