Es paradójico que en el momento en el que la civilización cuenta con herramientas más sofisticadas para la agrupación y tratamiento de la información, parece que vayamos encaminados hacia una era de “lo impensable” o “lo impredecible”. La digitalización encierra esta contradicción aparente: es una respuesta a la complejidad creciente del mundo pero también implica una multiplicación de las interacciones entre agentes y jurisdicciones a una gran velocidad.
Los bancos han aceptado el reto digital pero más como una transformación en proceso que como una confirmación abrumadora de una sociedad digital. El sector bancario se adapta en la medida en que lo hace la sociedad e, incluso, como ocurrió en el pasado, es un inductor de cambio tecnológico, adaptando la oferta antes de que lo haga la demanda (como ocurrió, por ejemplo, con los cajeros automáticos o con los sistemas de pago electrónicos en comercios).
La realidad paralela que vive la industria bancaria –y que no viene explicada por la digitalización- es, en parte, la de un exceso de oferta. Pero este se está corrigiendo de forma acelerada. No obstante, pesan mucho otros factores como una regulación omnipresente, cuyos tiempos y alcance pueden ser discutidos pero cuya presencia es ya inevitable. E influye, desde luego, un entorno financiero inusitado y enrarecido, con tipos de interés negativos que no son el resultado del equilibrio entre oferta y demanda de fondos, así como una extraña coexistencia entre una abundancia de liquidez monetaria y de deuda pública y privada.
Sea como fuere, los bancos ya vienen anticipando el cambio digital desde hace décadas pero ahora la democratización de la digitalización lo hace más evidente para la sociedad. Es éste, sin embargo, un momento de posible ruptura porque, aunque no sabemos aún qué tecnologías pueden dominar los servicios de ahorro y financiación y los medios de pago de forma contundente, intuimos que queda poco para que se sepa y el mercado digital de servicios financieros crezca de forma tan considerable como la mayor parte de los analistas espera.
Desde mi punto de vista, existe sin embargo un error de apreciación o valoración en este cambio digital: conceptos como fintech o digital finance se han etiquetado muchas veces como servicios “alternativos” al bancario, dejando a éste como el “tradicional”. Nada más lejos de la realidad. Si analizamos el papel de los bancos en este siglo y el anterior, no cambia mucho lo que han hecho sino cómo lo han hecho y con qué tecnología.
Es cierto que hay una nueva competencia de otros operadores, como en su día la hubo de fondos de inversión o pensiones o de compañías de seguros. Pero no es equiparable la disrupción competitiva que puede haber en sectores como el taxi a la que se produzca en banca por, al menos, tres razones. En primer lugar, la actividad de los bancos es sistémica y del mismo modo que no aceptaríamos hospitales alternativos sin control sanitario no debemos aceptar proveedores financieros sometidos a regulaciones demasiado laxas. En segundo lugar, los bancos pueden internalizar la digitalización en sus funciones y transformarse. Y, en tercer lugar, los bancos son ya especialistas en el manejo de la información y en la participación en los mercados financieros, dos ingredientes esenciales para el nuevo entorno.
La competencia financiera va a aumentar y los modos y formas de la misma también pero cabe esperar que los bancos sean los líderes en el mundo de las finanzas digitales.
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Santiago Carbó Valverde es catedrático de la Bangor Business Schook (UK) y CUNEF y director de Estudios Financieros de Funcas
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