Los actuales acontecimientos en Ucrania están poniendo de manifiesto la frágil posición de la Unión Europea en el abastecimiento de una de sus fuentes críticas de energía: el gas natural. Las poco disimuladas amenazas del Kremlin sobre el suministro de gas a Europa están llevando a los líderes europeos a plantearse la necesidad de reducir la dependencia del gas ruso. La UE importa en la actualidad cerca del 65% de su consumo de esta materia prima, siendo Rusia con diferencia su mayor proveedor, al aportar el equivalente a un 25% de la demanda. Diversificar las fuentes de aprovisionamiento de gas de la UE pasa por una combinación de tres opciones básicas: aumentar la producción interna, incrementar las importaciones por gasoducto desde otras regiones o potenciar el gas natural licuado (GNL) como fuente alternativa de suministro.
Incrementar la producción de gas en Europa requeriría el desarrollo de fuentes no convencionales a imagen de lo que ha llevado a cabo Estados Unidos con gran éxito: el famoso “fracking”. Se trata de una alternativa relativamente barata (su coste de producción en Europa podría situarse en torno a la mitad del precio de las importaciones) y con importantes beneficios socioeconómicos para las regiones productoras (EEUU ha creado ya más de 2 millones de puestos de trabajo ligados a la fracturación hidráulica). Sin embargo, esta tecnología se enfrenta a una fuerte resistencia en Europa, ligada a la preocupación sobre eventuales impactos medioambientales (contaminación de acuíferos, actividad sísmica), una mayor densidad de población y una estructura legal en la que los propietarios de los terrenos no son titulares de los derechos mineros (y por tanto no se benefician directamente de la riqueza generada). Esto hace difícil confiar en el gas no convencional como fuente significativa de suministro a corto y medio plazo en el viejo continente.
Diversificar las importaciones por gasoducto tampoco parece una opción muy prometedora. Los principales proveedores actuales de Europa alternativos a Rusia son Noruega y Argelia (cubren en torno al 20% y al 10% de la demanda europea respectivamente). La primera ha ido incrementando sus exportaciones a Europa pero parece estar llegando a su máximo potencial de producción. Por su parte Argelia, a pesar de sus grandes reservas, se ha mostrado incapaz de aumentar su producción de gas en los últimos ocho años lastrada por sus problemas internos, mientras su consumo ha crecido rápidamente, lo que ha llevado a un declive continuo de sus exportaciones (un 25% menos desde 2005). En cuanto a la construcción de gasoductos a nuevas regiones, tras las dificultades del malogrado Nabucco (originalmente concebido para traer gas desde Irak) sólo proyectos menores como el de Shah Deniz en Azerbaijan parecen tener posibilidades de éxito.
En este contexto, un modelo mixto de abastecimiento que combine los grandes gasoductos con una importante capacidad de importación de GNL por vía marítima puede presentar importantes ventajas: el suministro por tubo permite acceder a gas de bajo coste, mientras las plantas de regasificación de GNL posibilitan un suministro alternativo desde múltiples regiones productoras y una mayor capacidad de negociación. Éste fue el modelo elegido por España hace más de una década para evitar la dependencia excesiva del gas de Argelia, y ha demostrado su eficacia y su flexibilidad. Hoy España, además de estar conectada norte de África por dos gasoductos, posee la mayor red de plantas regasificadoras de GNL de Europa y la cuarta del mundo (después de Japón, EEUU y Corea), reforzada por una capacidad muy significativa de almacenamiento.
De hecho, España podría ser una pieza clave en la constitución de un mecanismo de respaldo al suministro de gas en Europa que permitiera una menor dependencia y una mayor capacidad de negociación con Rusia. El excedente de gas contratado para las plantas regasificadoras en nuestro país (fruto de la caída de la demanda y del crecimiento de las energías renovables) es hoy reexportado a otras regiones del mundo a buen precio, pero podría servir como una fuente muy importante de respaldo al suministro en la UE: de hecho, la capacidad de regasificación de España equivale a cerca del 60% del volumen de gas que Europa importa de Rusia. El principal obstáculo a este mecanismo reside en la escasa capacidad de interconexión gasista con Francia (tradicionalmente reacia a abrir su mercado al gas procedente de España). La reciente inclusión por parte de la UE del gasoducto Midcat (tercera conexión a través de los Pirineos) como infraestructura de interés comunitario es un paso muy esperanzador en este sentido. Éste puede ser el momento propicio para convencer definitivamente a nuestros vecinos de la importante contribución que España puede ofrecer a una mayor seguridad de suministro en el viejo continente y para convertir a nuestro país en un “hub” clave en el comercio mundial de GNL.
Deja un comentario