La economía colaborativa vive un momento crítico. Su futuro pasa por precisar qué es y qué no es y por recuperar el carácter social y responsable que prometía en sus orígenes.
“¿Cuántos tienen un taladro en casa? Un taladro que utilizarán como mucho 12 o 13 minutos en total durante toda su vida. Ridículo, ¿no? Porque lo que realmente necesitan es el agujero, no el taladro. ¿No es mejor alquilar un taladro a alguien o, mejor, alquilar el nuestro cuando no lo necesitamos y ganar así algo de dinero?”
Ese fue uno de los ejemplos que utilizó en 2010 Rachel Bostman, autora intelectual del “consumo colaborativo” que desarrolló en el libro What´s Mine is Yours (Lo mío es tuyo). Desde entonces, este fenómeno disruptivo y complejo no ha parado de crecer. Cada día abarca más sectores y consumidores. En Estados Unidos, el 51% de los consumidores la utiliza y en Europa, un 52% la conoce y un 17% es usuario habitual. La Comisión Europea calcula que la facturación del sector – estimada en 20.000 millones – puede llegar a 100.000 millones de dólares. Y el Parlamento Europeo, en el informe The Cost of Non- Europe in the Sharing Economy, calcula que puede concentrar entre el 46%-50% del gasto en consumo de las familias y aportar a la economía 114.000 millones de euros.
Airbnb y Uber son las más conocidas. Y también las que reciben más críticas, dentro y fuera de su sector. Son acusadas de vivir al margen de la regulación y en la economía sumergida: han sido prohibidas o limitadas en varias ciudades y tienen múltiples frentes judiciales abiertos. Uber, por ejemplo, ha perdido el primer asalto legal en Europa contra los taxistas españoles y podría ser obligado en España a que sus conductores tengan licencia de taxi.
La polémica en torno a la economía colaborativa arranca con su propio nombre. Hay quien prefiere llamarla sharing economy, para subrayar el concepto de “compartir” activos infrautilizados. Y sigue tanto por los efectos sobre el mercado laboral de algunas iniciativas, la riqueza que crean o destruyen –hay economistas que definen ambos-, la (des)protección del consumidor y la causa medioambiental que proclaman, cuyas evidencias no están claras. Pero la economía colaborativa va más allá de Airbnb y Uber.
Fuera de este ámbito surgen ideas innovadoras. Proyectos que ponen el foco en compartir o que, como Wikipedia, no siempre tienen ánimo de lucro. “Recursos infrautilizados que se reutilizan y comparten. Esa es la verdadera economía colaborativa, la que produce una mejora neta de la eficiencia.Yo creo más en el futuro de esos modelos, ligados a la filosofía de la economía circular (fabricar pensando en reutilizar) que cuando solo se sustituye un mercado por otro, como Uber, o un empleado fijo por otro autónomo”, dice Alejandro Lago, profesor de Producción, Tecnología y Operaciones del IESE.
“Algunos auguran fuertes crecimientos y beneficios al sector. Otros tienen dudas sobre su desarrollo a largo plazo y pronostican un receso gradual. A día de hoy nadie puede decir cómo evolucionará este modelo ni cuál será su futuro”, según se indica en el citado informe del Parlamento Europeo, que aboga por una “regulación equilibrada entre la necesaria protección y la libertad creativa”. En Europa cada país marca su pauta, aunque se busca una visión homogénea. Los competidores reclaman poder competir en igualdad de condiciones. Y en algunas industrias, como la del automóvil, las compañías han tomado posiciones en empresas colaborativas mediante compras, desarrollos propios o acuerdos.
El propio sector reflexiona. “Tenemos que hacer autocrítica constructiva porque no es del todo evidente que consigamos ese efecto medioambiental y, en algunos casos, se ha perdido esa expectativa social y se debe recuperar”, dice Albert Cañigueral, fundador de ConsumoColaborativo.com y conector en España y América Latina de OuiShare. Y aunque insiste en que el fenómeno es “un cambio de modelo productivo, por eso vemos que va a afectar a más sectores”, reconoce que está viviendo “un momento crítico para acompañar la evolución de la economía colaborativa hacia su mejor versión posible”.
En un dossier sobre el sector publicado en su revista Insight, el IESE apunta algunas ideas interesantes sobre lo que puede ser el futuro del sector analizando tres aspectos clave de su modelo de negocio: acceso al mercado, asignación de recursos y gobernanza. Entre los riesgos, además de los señalados, mencionan la “precariedad laboral que puede generar una oferta descontrolada” en los modelos que proponen una sustitución de mano de obra fija por temporal y el riesgo de que se creen “monopolios con gran poder por el conocimiento que tienen sobre la demanda gracias al uso del Big Data”. Por eso, el IESE duda de la sostenibilidad a largo plazo de los modelos basados en mano de obra colaborativa; recomienda a los emprendedores centrarse en modelos que compartan activos físicos o creen nuevos mercados –“cuanto mayor es la expansión del mercado, mayor será la ventaja económica, pues fomentará la actividad y redistribuirá la riqueza entre un mayor número de actores”-; y aconseja a los legisladores “redefinir el campo de juego teniendo en cuenta los intereses de todos”, sin dejar de explotar el “valor potencial del fenómeno colaborativo”.
Dos de los puntos más innovadores del movimiento colaborativo son la disociación entre propiedad y acceso y la enorme capilaridad de las plataformas.
El trueque o alquiler ha existido siempre, pero nunca con el alcance que permite la conectividad actual y la economía en red. El sector de automoción es un buen ejemplo.
Se calcula que el automóvil solo se utiliza el 4% de su vida útil y que el 96% restante está parado. El Parlamento Europeo estima que, si la ocupación de los vehículos fuera al 100%, solo en la UE-28 sobrarían 200 millones de coches. Según el Informe Global sobre Automoción 2017 de KPMG, el 59% de los directivos cree que la mitad de los conductores actuales no querrán tener coche propio en 2025, porcentaje que baja a un tercio cuando se pregunta a los consumidores. “Cualquiera puede llegar fácilmente a la conclusión de que adquirir un automóvil en propiedad es una decisión antieconómica cuando se considera su coste: el mismo día que lo compras ya pierde más de un 10% de su valor y pasa la mayor parte de su tiempo aparcado”, dice Francisco Roger, socio responsable de Automoción de KPMG en España.
Esto ha llevado a las compañías del sector, fabricantes de automóviles y aseguradoras, a tomar posiciones. Avis compró ZipCar –Avancar-; el RACC entró en SocialCar; Alsa se ha aliado con Respiro; General Motors se asoció con Lyft; Daimler está detrás de Car2Go; y otras más.
“Para cubrir las necesidades de movilidad de los ciudadanos, los grupos se lanzan a la búsqueda de nuevos modelos de negocio orientados a hacer de la movilidad un servicio más rápido, fácil y accesible basado en la economía colaborativa.
Estos nuevos servicios de movilidad a la carta son muy variados pero se pueden agrupar en las siguientes categorías: carsharing (Avancar, Bluemove o ClickCar, entre otras), compañías de alquiler de vehículos para sus asociados (Zipcar, Car2Go, Mint o WeCar), compañías que ofrecen servicios de movilidad bajo demanda (Uber o Lyft), alquiler de vehículos especiales (súper-compactos, siete plazas, limusinas, etc.) o el Bike-Sharing (Bicing en Barcelona o BiciMad en Madrid).
Su potencial de crecimiento es enorme, teniendo en cuenta el incremento de los núcleos urbanos de alta densidad de población, las continuas restricciones al tráfico rodado y el endurecimiento, en general, de las legislaciones medioambientales para un desarrollo más sostenible”, añade Roger.
En lugar de acceder a la propiedad del bien, se accede a su uso a través de las plataformas que conectan oferta y demanda y “crean una expansión exponencial del mercado. Es lo que llaman Two-Sided Networks, las economías de red, que tienen una dinámica mucho más ágil”, explica el profesor Lago. Frente al modelo de producto, en el que una compañía vende sus productos a muchos consumidores y genera un ingreso por cada venta, en el modelo de plataforma hay muchos a cada lado y se genera valor en las interacciones de los participantes, también llamados prosumers, por su doble condición de productores y consumidores.
“La digitalización facilita la transformación de servicios en plataformas colaborativas. Algunos ejemplos los hemos visto en Amazon, con dos millones de vendedores en su plataforma, o Airbnb que, con 2,3 millones de habitaciones, ahora se abre a cualquier tipo de experiencia. La colaboración se produce entre empresas de un mismo sector, entre clientes y proveedores, pero también entre mercados que aparentemente están inconexos”, comenta Jaume Clotet, socio responsable de Servicios Digitales de KPMG en España.
Una aclaración: las plataformas no son exclusivas de la economía colaborativa –Facebook, Amazon, eBay, Netfl Apple Store tienen esta forma- pero sí que la sharing economy ha hecho de ellas un rasgo distintivo. Incluso lo ha reforzado, partiendo de los activos infrautilizados disponibles para su reutilización.
La eficiencia de las plataformas parece, de momento, evidente. “Todo aquello que pueda convertirse en plataforma lo hará porque, desde el punto de vista de gestión empresarial, los benefi económicos son netamente superiores a los modelos basados en el capitalismo tradicional”, dice Cañigueral. ¿Cuánto de superiores? El libro The Network Imperative, editado por Harvard Business Review, da respuesta a esta pregunta: las plataformas –“orquestadores de redes” según los autores- cotizan con múltiplos tres o cuatro veces mayores y sus beneficios, ingresos y rentabilidad crecen por encima de los de otras empresas.
Conclusiones similares recogió Javier Creus, fundador de Ideas for Change, en su informe @Pentagrowth, en el que identifi las cinco claves de ese crecimiento exponencial. Una, amplia conexión. Dos, facilidad para la agregación de nuevos productos o servicios. Tres, empoderar a los usuarios. Cuatro, colaborar con diferentes socios. Y cinco, compartir. Unas plataformas se apoyan más en unos pilares que en otros.
“Hoy la competencia no es entre empresas sino entre ecosistemas, entre plataformas. El problema es que muy pocas empresas tienen capacidad para ser el centro de una plataforma. La gran mayoría tendrá que plantearse en qué plataforma podría convertirse en un nodo relevante de la red”, apunta Creus, para quien “la única manera de conseguirlo no es pedir sino contribuir. Hay que empezar dando”, señala.
De ahí que insista en la función social, entendida como “bien común”, de lo que prefiere llamar “lógica colaborativa”. Pasar de un modelo de producto a uno de plataforma Pasar de un modelo de producto a uno de plataforma no es fácil. Hay que crear mucho valor para los consumidores.
Otro rasgo distintivo de la economía colaborativa es el autocontrol que llevan a cabo las plataformas con las valoraciones de los usuarios. Quien engaña o no cumple las reglas es expulsado. “Esos sistemas de control de calidad son muy interesantes. Puede haber fallos, pero es inteligente transferir a los usuarios esa tarea, porque libera a las empresas de gastos como la monitorización o las encuestas de calidad”, dice el profesor del IESE. “Se han creado nuevos modelos de confianza entre extraños basados en el conocimiento y la aceptación de las reglas o, como en Blockchain, la confianza está embebida en su código”, dice Creus.
El sentimiento de comunidad es otro rasgo de la economía colaborativa. Los defensores argumentan que se comparten valores y forma de vida; los detractores, que se busca comodidad y precio. Creus prefiere hablar de “bien común” y pone el ejemplo de la Wikipedia, creada con la dedicación de muchas personas. En ese caso es cierto, pero ¿en todos? Muchos cuestionan ese carácter altruista aunque reconocen que la interacción sí genera un alto nivel de involucración.
“Más allá de los puntos y programas de fidelización, la economía de red tiene sus propias herramientas, como la valoración, el feedback, la comunicación y otros elementos que te hacen sentir involucrado y desarrollan una lealtad que es difícil de romper”, señala el profesor del IESE.
A la vista de las críticas citadas, la economía colaborativa se ha ido transformando. A veces vía resoluciones judiciales y regulaciones. Otras, motu proprio. Algunas firmas están metiendo en plantilla a los que antes eran socios autónomos. Las firmas de alquiler de coches cuentan con coberturas adicionales a los seguros obligatorios. Ha surgido el llamado cooperativismo como Loconomics, propiedad de los profesionales que ofrecen sus servicios en ella, o Juno, donde los conductores son dueños al 50% de la plataforma.
Quizá sea ese, la especialización y mayor diferenciación de tipologías, el camino que tome la economía colaborativa. Además de empezar a adaptar algunas reglas del mundo corporativo. El Parlamento Europeo cree que lo que ahora son plataformas Peer to Peer (P2P) –entre pares- acabarán transformándose en negocios Business to Consumer (B2C).
Otros apuntan a la potencial conversión de algunas plataformas en meta-reguladores. “¿Quién va a tener más información del tráfico que Uber? ¿Por qué no convertirse en el brazo analítico del regulador y gestionar incluso los taxistas con licencia por una tarifa global?”, dice el profesor del IESE. El Parlamento Europeo se une a las voces que piden que las plataformas colaborativas participen en la recolección de impuestos del IVA y sean así no sólo colaborativas, sino responsables.
Veremos si el sector se abre nuevos caminos. Su potencial dependerá de cómo evolucionen –crezcan o se contraigan– y se transformen los modelos actuales.
Al margen de la forma, los expertos creen que quedará el fondo, el modelo plataforma o ecosistema, la creación de comunidad y la colaboración como nueva forma entender la vida empresarial. “Vamos a ver mucha más colaboración entre las empresas por la necesidad de ir más deprisa y por el hecho de tomar conciencia de que ‘compartir’ o ‘colaborar’ es una alternativa viable y a menudo preferible a ‘construir’ o ‘comprar’.
En los próximos tres a cinco años, las compañías van a abrazar la sharing economy de la misma manera que los consumidores lo han hecho en los últimos años”, concluye Guillermo Padilla, socio responsable de MC de KPMG en España.
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