Fue el 29 de abril de 2015 cuando la Unión Europea aprobó la Directiva (UE) 2015/720 del Parlamento Europeo y del Consejo, por la que se modifica la Directiva 94/62/CE en lo que se refiere a la reducción del consumo de bolsas de plástico ligeras. Desde entonces los países de la Unión han tenido muchos frentes abiertos en lo económico, en lo político y en lo social, y parece que las bolsas de plástico no han sido una prioridad, aunque poco a poco vamos viendo pasos firmes.
En 2016 Francia se convirtió en el primer país en prohibir el uso de vajillas de plástico en el marco de su ley de “Transición Energética por un Crecimiento Verde“, adoptada en 2015 con el objetivo de mitigar el impacto del cambio climático y de convertir al país galo en la Juana de Arco de las soluciones medioambientales, más aún después de la declaración de intenciones de la administración estadounidense en materia de cambio climático.
Algunos vieron la medida algo exagerada, pero tal vez no lo es si consideramos que en Francia solo se recicla el 1% de los vasos de plástico y que se desechan anualmente el equivalente a 150 vasos por segundo. Casi dos tercios de ellos son enterrados en vertederos, y allí estarán los próximos 500 años, que es lo que tardarán en degradarse.
Hoy, 5 de junio, celebramos el Día Mundial del Medioambiente. Una jornada que se celebra desde el año 1974, pero que probablemente en estos días vive su época dorada, pues nunca como en nuestros días se han aunado voluntades, intereses y sensibilidades para custodiar algo de lo que todos dependemos desde todos los puntos de vista. Administraciones públicas, empresas, consumidores, inversores, sociedad, miran el medioambiente con otros ojos. Para unos es un riesgo, para otros una oportunidad y para todos, el marco necesario para asegurar la longevidad.
El mensaje propuesto por Naciones Unidas este 2018 es simple: rechaza el plástico desechable.
Tras Francia e Italia, España ha sido el tercer país de la Unión Europea en dar un paso firme, aprobando en mayo el Real Decreto sobre reducción del consumo de bolsas de plástico por el que, además, se ha creado el registro de productores. A partir del 1 de julio, todas las bolsas plásticas ligeras deberán cobrarse. A partir de 2021 estarán prohibidas. Durante ese tiempo, se han fijado objetivos referidos al material de fabricación. A partir de 2020, por ejemplo, al menos el 50% del plástico utilizado deberá ser reciclado, y se prohíben las bolsas de plástico fragmentable.
Y esto es solo el principio; la hoja de ruta para los plásticos en España quedará fijada en la Estrategia Española de Economía Circular, que ya cuenta con un borrador. Y es que, aunque según Ecoembes en 2017 se reciclaron en nuestro país más del 77% de envases domésticos, aún queda trabajo por hacer.
Si salimos del marco de la Unión Europea, América Latina y el Caribe lideran la lucha contra los plásticos desechables. Hace apenas unos días el Congreso de Chile aprobó la prohibición de bolsas de plástico de un solo uso en todo el territorio nacional. La medida entrará en vigor en 2019. Antigua y Barbuda lo había hecho ya en 2016 y a comienzos de 2018 Panamá se convirtió en el primer país en prohibir las bolsas de polietileno. Otros países de la región como Colombia, Costa Rica, Ecuador o Perú también han tomado medidas, igual que mega ciudades como Ciudad de México, Sao Paulo o Buenos Aires.
Como recuerda Naciones Unidas en este día, en la última década se ha producido más plástico que en todo el siglo pasado, la mitad es de un solo uso; cada minuto compramos un millón de botellas de plástico, que requieren de 17 millones de barriles de petróleo al año para producirse; entre el 1,5% y el 4% de la producción total de plástico acaba en los océanos (solo en aguas de la Unión Europea supone entre 150.000 y 500.000 toneladas cada año). Y así, el plástico representa 10% de los residuos generados en el mundo.
La economía circular se convierte en algo más que una tendencia global, y requiere una atención especial por parte de los productores. Según el MAPAMA, son cinco los sectores prioritarios en los que incorporar el reto de la economía circular: construcción, agroalimentación, industria, bienes de consumo, y turismo.
Cada uno de ellos tendrá el desafío de adecuar sus procesos productivos (materias primas, producción, gestión de residuos, innovación, etc.) a un nuevo modelo económico circular. No solo para generar beneficios adicionales a través de la valorización de los residuos o ahorrar costes por la reducción del uso de materiales, sino porque la economía lineal ya es una fuente de riesgos.
Riesgos ambientales que preocupan a los inversores, riesgos legales que preocupan a supervisores y administraciones públicas y, en definitiva, riesgos económicos por las externalidades generadas e infrecuentemente evaluadas. Empieza el camino en que las compañías necesitan adaptarse a este desafío y hacer una transición adecuada en toda su cadena de valor.
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