Según publicaba recientemente The Economist, el 19% de las 500 compañías más grandes del mundo por cifra de negocio son familiares. En el año 2005, y de acuerdo a la misma fuente, ese porcentaje se situaba en el 15%. Atendiendo a los datos del Instituto de Empresa Familiar, organización de referencia en el estudio y análisis de este modelo empresarial, el 25% de las mayores empresas de Europa son familiares. En España, suponen hasta el 85% del total de las empresas y su contribución al PIB se sitúa alrededor del 70%. Lejos del declive al que algunos analistas lo condenaban hace algunas décadas, el de la empresa familiar es un modelo crecientemente próspero, exitoso y longevo.
Quienes las han estudiado a fondo, coinciden en señalar algunos rasgos característicos de este tipo de compañías y que contribuyen a su éxito. En términos generales, las empresas familiares muestran con más frecuencia los atributos que comparten las compañías longevas. Para empezar, pueden permitirse trabajar con la mirada más puesta en el largo plazo, al estar sometidas, en general, a un menor sesgo cortoplacista que otras compañías que no disfrutan del “efecto familia” estabilizador en su estructura de capital. En segundo lugar, las compañías familiares practican uno de los hábitos más saludables desde el punto de vista de la longevidad empresarial; prudencia en el apalancamiento financiero. Suelen ser más conservadoras en este ámbito, lo que contribuye a explicar en buena medida el diferencial de esperanza de vida frente a otros modelos que muestran algunos estudios. Además, en las compañías familiares se encuentran con mayor frecuencia otros elementos característicos de las empresas longevas y exitosas: un mayor compromiso de y con los empleados y, por ende, una cultura más robusta. Ese “efecto familia” también parece tener impacto sobre los resultados; de acuerdo a distintos estudios, desde el año 2008 las ventas de estas empresas han crecido un 7 % al año, ligeramente por encima del 6,2% anual al que han crecido las no familiares.
Esta semana veían la luz las nuevas recomendaciones de gobierno corporativo de la CNMV. Y no está de más recordar que buena parte de ellas ponen el acento en cuestiones con las que los consejos de administración de las empresas familiares más avanzas están acostumbrados a trabajar. Como asegurar que el consejo ejerce apropiadamente su labor de orientación, supervisión y control en materias como la estrategia, los riesgos, el cumplimiento o el desempeño del equipo gestor. No obstante, y a pesar de tratarse de recomendaciones dirigidas a las compañías cotizadas, aquellas empresas familiares que no lo son también encontrarán elementos de interés. No tanto en aquellas cuestiones de buen gobierno específicas de la empresa familiar –la gestión de la triple condición de propietarios, gestores y administradores– como en aquellas que son de interés para las compañías modernas, independientemente de su configuración accionarial y de su presencia, o no, en los mercados de capitales. Por ejemplo, lo que se refiere a la gestión del riesgo, que gana presencia y requiere de una función específica en las nuevas recomendaciones. También en lo que tiene que ver con el desarrollo de la responsabilidad social corporativa, para generar relaciones de más confianza con los grupos de interés concurrentes, elemento imprescindible del éxito empresarial en un entorno de elevada competencia e incertidumbre.
La publicación de las nuevas recomendaciones de la CNMV es una buena noticia también para las empresas familiares. No sólo por lo que pueden aprender. También por lo que tienen que enseñar.
Fernando Serrate es Socio responsable de las oficinas de KPMG en Cataluña, Baleares y Andorra
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